Para aquellos a los que les gustan las motos, los que han soñado con rodar en una, los que se giran al escuchar su motor rugiendo, los que siguen persiguiendo su sueño por muy descabellado que sea, pero también para los que les gusta una buena historia, una historia real, una historia que nos identifica a muchos.
Con permiso del autor os dejo esto que se que os gustará...
Apenas tenía once años, se llamaba Julio pero todos le decían Julito, de escasa altura debido a su edad, muy moreno, de complexión muy delgada y con unos ojos color de miel que brillaban de inocencia.
Era una tarde de Verano, aquel día, como otros tantos, Julito jugaba con sus amigos al escondite ingles en la castiza Plaza de San Pedro de su ciudad, aquella misma Plaza que le vio nacer y crecer. El Sol ya se rendía de cansancio después de un duro día de trabajo y antes de que Juan, su amigo del alma, contara hasta diez, ya él estaba escondido tras una esquina; extenuado por correr con tanto calor, limpió el sudor de su diminuta frente con su camiseta a la vez que asomaba su media carita por la esquina para no ser sorprendido, se volvió a ocultar plenamente y al darse la vuelta la vio; estaba allí, aparcada, nunca había visto una moto así y sintiéndose presa de la admiración, se sentó en el suelo y comenzó a observarla en todos sus detalles.
La moto era tremendamente grande, pero si se tiene en cuenta la escasa altura de éste niño y que además, estaba sentado en el suelo, ese prodigio de maquina adquiría unas dimensiones desmesuradas para él. Su color, de un brillante negro azabache contrastaba con la abundancia de las muchas piezas cromadas que destelleaban con la luz del Sol. El guardabarros delantero cubría una rueda con los flancos en blanco y sobre él asomaba presuntuosa la cabeza de un águila; en el depósito, un logotipo con unas letras en las que se leía HARLEY DAVIDSON.
Aun no había salido de su asombro cuando de pronto un señor de una edad ya avanzada, con barba recortada, pelo cano y claros síntomas de alopecia se sitúa al lado derecho de la moto y sacando un pedal, presionó una fuerte patada con el pié izquierdo; no arrancó a la primera, ni a la segunda, pero a la tercera se escuchó como el rugido de un león, Julito se sobrecogió del susto y se le abrieron los ojos del espanto pero se tranquilizo viendo la sonrisa de ese hombre que, mirándolo con ternura le preguntaba:
-¿Cómo te llamas?
-Julito- respondió él con voz tímida y titubeante.
-¿Te gusta la moto, Julito?- Volvió a preguntar sonriente el hombre.
Julito, con una mirada dulce como solo los ojos inocentes de un niño pueden transmitir, asintió con la cabeza dejando entender un sí.
-Yo de niño también la deseé- dijo el hombre pellizcando suavemente la nariz de Julito.-Así pues cuando seas mayor, si Dios quiere tendrás una como esta.
Con la moto ya en marcha, Julito se deleitó escuchando ese concierto de pistones que subiendo y bajando componían una sinfonía musical con unos destiempos que ni el mismo Antonio Vivaldi hubiera sido capaz de componer, allegro- presto- allegro; el sonido subía, luego bajaba y cuando parecía que el motor se iba a parar volvía a subir en crescendo y otra vez vuelta a empezar.
El hombre montó sobre su máquina de hierro, miró a Julito y con una sonrisa en los labios se marchó ante la atónita, inocente e ilusionada mirada del niño.
Ese fue el inicio de la pasión que Julito sentiría toda su vida por las dos ruedas, pero solo era un niño, así que de momento, tendría que conformarse con pedirles a los Reyes Magos una bicicleta.
El tiempo pasó y el niño creció, su pubertad transcurrió escuchando discos de Pink Floyd, Grand Funk Railroad, Triana, Alameda, Tequila y un sinfín de grupos de Rock a los cuales conoció de la mano de su hermano; durante la adolescencia comenzó a cursar sus estudios en el Instituto Politécnico y esta etapa para él fue otro revulsivo en su vida, escuchó Heavy Metal, bebió su primera cerveza y conoció a su primera chica, y casualmente todo estaba ligado estrechamente con su primera ilusión, las motos custom.
No pasó demasiado tiempo cuando por fin tuvo su primera guitarra eléctrica, negra como su primera ilusión, un pequeño amplificador y un distorsionador para no dejar tranquilo a los vecinos, y después su primer ciclomotor, una motillo roja, como la sangre que corría por sus venas, y con ella hizo sus primeros pinitos sobre el asfalto hasta entender que solo hay dos tipos de moteros, los que se han caído y los que se van a caer, él ya estaba en el primer grupo.
Por desgracia el tiempo no es algo estático sino que avanza y siempre corre en tu contra, pero por más que este transcurría, a Julito no se le olvidaba aquella moto negra que rompió su niñez en dos mitades, alcanzó la edad de la madurez, con cuarenta y un años y ya casado y con un hijo compró su primera motocicleta, una custom de pequeña cilindrada negra como la moto de sus sueños de infancia.
Muy pronto quiso cambiar a una cilindrada mayor y vendió esta moto, pero los vientos no solo no corrieron favorables sino que se unieron al tiempo para correr en su contra, el poco dinero que había conseguido para su moto nueva se lo robaron y el hombre ya hecho, sumido en una profunda tristeza, volvió a ser niño para poder romper a llorar en un mar de lágrimas de impotencia y rabia contenida.
Y sucedió que Julito no era tan débil como parecía ser, fue como el junco, que si el viento sopla con fuerza lo doblega pero cuando éste amaina vuelve a enderezarse y a mostrarse erguido, y como si de un Ave Fénix se tratase, volvió a renacer de sus propias cenizas.
Con el dinero que había entregado compró otra moto, una dos y medio, y en esta ocasión bicolor, negra como la de sus sueños y roja como la sangre que seguía corriendo por sus venas; una sangre que seguiría alimentando una ilusión infantil que ni el abatimiento ni el tiempo pudieron borrar de su memoria.
Una vez más plantó los pies con fuerza en el suelo y como si de una nueva época de Renacimiento se tratara, se sintió como si él mismo fuese la Primavera de la vida y se dijo a sí mismo:
-Esta moto te llevará donde tú quieras, como a ti te gusta, buscando la soledad o compartiéndola con tus amigos, no te marcará una hora pues rodará contigo sin tiempo, sin rumbo y sin destino, no le da miedo ni del agua, ni del viento, ni del frío; vamos cógela ahora y móntate que desde este momento eres tú su señor y dueño, que aun eres joven y algún día tendrás la moto de tus sueños.
Y así lo hizo, se monto, rodó sobre el asfalto mirando al horizonte y junto a él, el águila que siempre le guía en su camino, siguió soñando lo que soñó desde que era niño, cabalgar en el futuro sobre su deseado caballo de hierro, sobre una preciosa Harley, sobre su preciado corcel negro.
Julito ya tiene barba recortada, ya tiene síntomas de alopecia y alguna que otra cana en su pelo que tiñe su cabeza de tonalidades grisáceas como aquel señor, quizás sea porque se va acercando el momento de no soñar mas despierto, pero a él le gusta contar con la voluntad divina y su sueño se cumplirá solo si Dios así lo desea.
Mientras tanto, y a la espera de ese día, él seguirá rodando sobre su moto bicolor, a la que cariñosamente llama “Improba Sorte”, y seguirá siendo visto surcando en solitario la jungla del asfalto, dormirá solo por saber que sueña para seguir soñando, custodiado por un águila que al amanecer del siguiente día se alzará en un vuelo alto y con sus alas bien abiertas, allá desde las nubes le seguirá guiando.